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Una joven latina cuenta cómo logró superar las agresiones de su pareja para rehacer su vida y la de su pequeña hija.
Tuvieron que pasar dos años de golpes, abusos y miedo para que una joven hispana dejara a un lado sus temores y se liberara de una relación que por poco le cuesta la vida.
Tras leer un artículo sobre estos problemas en MundoHispánico, Ana (como llamaremos a esta chica, quien prefirió ocultar su nombre para evitar conflictos con los parientes de su ex marido) se animó a compartir su historia con el fin de motivar a la mujeres que pasan por situaciones de violencia doméstica a que salgan adelante.
"¡Me da tanto coraje de no poder hacer nada! Me gustaría ayudarles a todas a abrir los ojos", dijo.
Hasta que hubo sangre.
Ana contó que a lo largo de esos dos años fueron muchas las señales que indicaban que algo andaba mal y más las oportunidades de remediar la situación, pero ella no las supo aprovechar.
Aún no se había casado cuando su pareja empezó a golpearla. Su embarazo tampoco sirvió para mitigar los abusos ni mucho menos el nacimiento de su hija. Los maltratos se convirtieron en el pan de cada día de esta familia.
No fue sino hasta que su esposo le sacó sangre al golpearla que Ana finalmente se animó a contactar a la policía. Como no le quedaban marcas visibles cuando presentó la denuncia, el agente no pudo hacer nada en contra de su pareja, pero escribió un informe, para que quedara constancia de su testimonio.
Una vez más, su esposo le pidió perdón, pero los golpes no cesaron.
"Se convirtió en algo normal y siempre me amenazaba con quitarme a la niña o con matarme si le decía algo a la policía", recordó la joven.
Pero aquel día, previo a la celebración de Acción de Gracias en 2006, fue distinto. Un supuesto robo del que Ana fue víctima desató la ira de su esposo. Varias veces ella trató de llamar a la policía para pedir ayuda, pero él se lo impidió, arrebatándole el teléfono. A la tercera le rompió el aparato en la cara.
En un momento de descuido, ella salió de la casa y empezó a llamar a gritos a sus vecinos. "Era la primera vez que yo salía a pedir ayuda. Siempre me había quedado encerrada y por eso nadie nunca había hecho nada por mí", aseveró.
Los vecinos acudieron en su ayuda, rescataron a su hija y de inmediato llegó la policía. Allí le tomaron su declaración, al igual que a los vecinos, que sirvieron de testigos. La llevaron al hospital, donde le diagnosticaron fracturas en su nariz y documentaron la lesión con fotografías.
El esposo fue arrestado y acusado de asalto agravado, secuestro, crueldad hacia un menor y obstrucción a una llamada al 911. A pesar de que estaba en la cárcel, un juez emitió una orden de protección temporal (TPO, por sus siglas en inglés), para evitar que se acercara a ella o a su hija. El hombre fue deportado a su país y Ana ya no sabe nada de él.
"Hasta ese momento, yo sentía que estaba sola; que mi mundo era él y nada más. Pero luego me di cuenta de que hay mucha gente que te puede ayudar. Los fiscales, los jueces, la policía... mucha gente que ni te imaginas", indicó la joven.
A través del fiscal de su distrito pudo solicitar una compensación para víctimas de delitos violentos y por medio de Caridades Católicas de Atlanta empezó el trámite de la Visa U, también para quienes sufren a causa de la violencia y el maltrato.
"Nunca quise ir a grupos de ayuda porque creo que me voy a encontrar un poco de mujeres llorando. Pero sé que a mucha gente sí le sirve. Leo mucho y, si tengo que contar mi historia para ayudar a alguien, la cuento", dijo.
Empezar de nuevo.
El proceso de sanación no fue fácil. Para ganarse la vida decidió retomar las riendas del negocio de su marido y se dedicó a instalar pisos de madera. Pero el trabajo empezó a escasear y tuvo que buscar un nuevo rumbo.
Luego conoció a su actual pareja, con quien comparte una vida tan estable que la pequeña lo llama "papá".
"Nunca me puse en mi mente la idea de que los hombres eran malos, porque hice un balance y en mi vida hay más hombres buenos que malos. Eso sí, quedé como un 'alka-seltzer', cada vez que mi pareja me dice algo me pongo a la defensiva", reflexionó.
"Ellos (los hombres agresores) son gallitos solo con uno. Yo tuve un chance porque llamé al 911 y quisiera que todas tuvieran el valor de hacerlo. No se sientan solas, afuera hay mucha gente que las puede ayudar", comentó.
Además hizo un llamado a las mujeres que tienen hijos.
"Los hijos no se merecen una mala vida, no se merecen ver los golpes ni recibirlos cuando están en el vientre de sus madres".
¿Qué hacer?
1. Pida ayuda. Muchas veces este es el paso más difícil, en particular entre las latinas, porque sus parientes a veces las presionan para que mantengan todo en familia.
2. Documente todo lo que ha pasado. Comuníquese con la policía lo más pronto posible llamando al 911. Así no tenga heridas visibles, asegúrese de que el agente tome su testimonio y lo incluya en el reporte. Si no está de acuerdo con lo que escribió el policía, o quiere agregar más información, puede hacerlo. Conserve una copia en un lugar seguro.
3. Una persona puede reportar un incidente de violencia doméstica si lo ha presenciado. Si no ha estado presente, la denuncia la debe hacer la víctima.
4. No se dé por vencida. No todos los refugios o centros de atención cuentan con personal bilingüe o capacitado para lidiar con latinas. Si en un lugar no la atienden, busque otro, pero no deje de pedir ayuda.
5. La seguridad está primero. Confíe en sus instintos y no se ponga en peligro. Nadie conoce mejor al agresor que su víctima. Las amigas o familiares que quieren ayudar a una víctima también deben tener esto en cuenta, así que, si ella, por ejemplo, le dice que no llame a la policía, no lo haga.
Tuvieron que pasar dos años de golpes, abusos y miedo para que una joven hispana dejara a un lado sus temores y se liberara de una relación que por poco le cuesta la vida.
Tras leer un artículo sobre estos problemas en MundoHispánico, Ana (como llamaremos a esta chica, quien prefirió ocultar su nombre para evitar conflictos con los parientes de su ex marido) se animó a compartir su historia con el fin de motivar a la mujeres que pasan por situaciones de violencia doméstica a que salgan adelante.
"¡Me da tanto coraje de no poder hacer nada! Me gustaría ayudarles a todas a abrir los ojos", dijo.
Hasta que hubo sangre.
Ana contó que a lo largo de esos dos años fueron muchas las señales que indicaban que algo andaba mal y más las oportunidades de remediar la situación, pero ella no las supo aprovechar.
Aún no se había casado cuando su pareja empezó a golpearla. Su embarazo tampoco sirvió para mitigar los abusos ni mucho menos el nacimiento de su hija. Los maltratos se convirtieron en el pan de cada día de esta familia.
No fue sino hasta que su esposo le sacó sangre al golpearla que Ana finalmente se animó a contactar a la policía. Como no le quedaban marcas visibles cuando presentó la denuncia, el agente no pudo hacer nada en contra de su pareja, pero escribió un informe, para que quedara constancia de su testimonio.
Una vez más, su esposo le pidió perdón, pero los golpes no cesaron.
"Se convirtió en algo normal y siempre me amenazaba con quitarme a la niña o con matarme si le decía algo a la policía", recordó la joven.
Pero aquel día, previo a la celebración de Acción de Gracias en 2006, fue distinto. Un supuesto robo del que Ana fue víctima desató la ira de su esposo. Varias veces ella trató de llamar a la policía para pedir ayuda, pero él se lo impidió, arrebatándole el teléfono. A la tercera le rompió el aparato en la cara.
En un momento de descuido, ella salió de la casa y empezó a llamar a gritos a sus vecinos. "Era la primera vez que yo salía a pedir ayuda. Siempre me había quedado encerrada y por eso nadie nunca había hecho nada por mí", aseveró.
Los vecinos acudieron en su ayuda, rescataron a su hija y de inmediato llegó la policía. Allí le tomaron su declaración, al igual que a los vecinos, que sirvieron de testigos. La llevaron al hospital, donde le diagnosticaron fracturas en su nariz y documentaron la lesión con fotografías.
El esposo fue arrestado y acusado de asalto agravado, secuestro, crueldad hacia un menor y obstrucción a una llamada al 911. A pesar de que estaba en la cárcel, un juez emitió una orden de protección temporal (TPO, por sus siglas en inglés), para evitar que se acercara a ella o a su hija. El hombre fue deportado a su país y Ana ya no sabe nada de él.
"Hasta ese momento, yo sentía que estaba sola; que mi mundo era él y nada más. Pero luego me di cuenta de que hay mucha gente que te puede ayudar. Los fiscales, los jueces, la policía... mucha gente que ni te imaginas", indicó la joven.
A través del fiscal de su distrito pudo solicitar una compensación para víctimas de delitos violentos y por medio de Caridades Católicas de Atlanta empezó el trámite de la Visa U, también para quienes sufren a causa de la violencia y el maltrato.
"Nunca quise ir a grupos de ayuda porque creo que me voy a encontrar un poco de mujeres llorando. Pero sé que a mucha gente sí le sirve. Leo mucho y, si tengo que contar mi historia para ayudar a alguien, la cuento", dijo.
Empezar de nuevo.
El proceso de sanación no fue fácil. Para ganarse la vida decidió retomar las riendas del negocio de su marido y se dedicó a instalar pisos de madera. Pero el trabajo empezó a escasear y tuvo que buscar un nuevo rumbo.
Luego conoció a su actual pareja, con quien comparte una vida tan estable que la pequeña lo llama "papá".
"Nunca me puse en mi mente la idea de que los hombres eran malos, porque hice un balance y en mi vida hay más hombres buenos que malos. Eso sí, quedé como un 'alka-seltzer', cada vez que mi pareja me dice algo me pongo a la defensiva", reflexionó.
"Ellos (los hombres agresores) son gallitos solo con uno. Yo tuve un chance porque llamé al 911 y quisiera que todas tuvieran el valor de hacerlo. No se sientan solas, afuera hay mucha gente que las puede ayudar", comentó.
Además hizo un llamado a las mujeres que tienen hijos.
"Los hijos no se merecen una mala vida, no se merecen ver los golpes ni recibirlos cuando están en el vientre de sus madres".
¿Qué hacer?
1. Pida ayuda. Muchas veces este es el paso más difícil, en particular entre las latinas, porque sus parientes a veces las presionan para que mantengan todo en familia.
2. Documente todo lo que ha pasado. Comuníquese con la policía lo más pronto posible llamando al 911. Así no tenga heridas visibles, asegúrese de que el agente tome su testimonio y lo incluya en el reporte. Si no está de acuerdo con lo que escribió el policía, o quiere agregar más información, puede hacerlo. Conserve una copia en un lugar seguro.
3. Una persona puede reportar un incidente de violencia doméstica si lo ha presenciado. Si no ha estado presente, la denuncia la debe hacer la víctima.
4. No se dé por vencida. No todos los refugios o centros de atención cuentan con personal bilingüe o capacitado para lidiar con latinas. Si en un lugar no la atienden, busque otro, pero no deje de pedir ayuda.
5. La seguridad está primero. Confíe en sus instintos y no se ponga en peligro. Nadie conoce mejor al agresor que su víctima. Las amigas o familiares que quieren ayudar a una víctima también deben tener esto en cuenta, así que, si ella, por ejemplo, le dice que no llame a la policía, no lo haga.
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