Por Jose Antonio Ruiz Caballero.
RECIENTEMENTE llegaba a mis manos el programa de unas Jornadas sobre violencia de género en el que una de las ponencias se titulaba: 'Reconstruyendo desde las ruinas' que debo decir me impresionó, no porque ello supusiera una primera aproximación a esta cruel lacra social, ya con anterioridad había tenido la oportunidad de publicar en este mismo medio un artículo sobre este tema titulado: 'Violencia de género: suma y sigue', sino porque de nuevo traía a mi conciencia uno de los comportamientos más denigrantes del ser humano: la violencia contra los más débiles que, como ocurre con otros tipos de violencia (en el lugar de trabajo: 'mobbing' o en los colegios: 'bullyng'), supone las aplicación sistemática de estrategias de dominación sobre la otra persona.
Aunque todo tipo de maltrato es merecedor de repulsa y rechazo social, la violencia de género lo es especialmente, en primer lugar, por las graves consecuencias físicas y psicológicas que produce en las víctimas este tipo de violencia y, en segundo lugar, por su incidencia, algunos estudios recientes indican que en torno al 20% de mujeres mayores de 18 años sufren malos tratos por parte del hombre, que en muchos casos se mantienen por periodos de tiempo superiores a cinco años; datos que se hacen más estremecedores cuando se comprueba que el 70% de las mujeres asesinadas lo son por sus parejas o ex-parejas, basta recordar que en España 34 mujeres han muerto en lo que va de año a manos de sus compañeros o ex-compañeros sentimentales.
El maltrato físico (bofetadas, puñetazos, golpes con o contra objetos, etc.) es, por las lesiones o las enfermedades que produce, la forma de agresión más evidente. Sin embargo, esta mayor visualización de los aspectos físicos no deben oscurecer, como señala la OMS en su Informe Mundial sobre Violencia y Salud, la gravedad de los síntomas psicológicos y conductuales asociados a este tipo de violencia difícilmente reconocida por las víctimas y no aceptada por los maltratadores, como se pone de manifiesto en los Programa de Rehabilitación de hombres condenados por malos tratos sobre la mujer que se vienen desarrollando desde hace tiempo en distintos Centros Penitenciarios, en los que estos individuos reiteradamente expresan que «la imposición de su punto de vista era en 'beneficio de ellas' a las que tenían que orientar, tutelar y decirles cuál era la mejor forma de actuar».
A partir de lo expuesto previamente es legítimo preguntarse: ¿Existe un perfil psicopatológico característico de los maltratadores (de aquellos que siguen conviviendo con la víctima y de los que cumplen una condena en prisión por delitos de agresiones contra la mujer)? ¿Existe un patrón de trastornos emocionales en las mujeres víctimas de agresiones psicológicas?
Con respecto a la primera cuestión, los datos señalan que en torno al 70% del conjunto de hombres que ejercen la violencia contra las mujeres muestran trastornos de personalidad compulsivos y dependientes, mientras que otro 30% aproximadamente presentan tendencias antisociales, paranoides, agresivas y narcisista. Desgraciadamente, aún carecemos de datos científicos suficientes como para poder establecer un perfil psicopatológico concreto (homogéneo) dentro de los agresores de mujeres. En este sentido, el gran reto de los profesionales de la psicología consiste en seguir investigando con el fin de identificar subtipos específicos que nos permitan elaborar y desarrollar programas de evaluación e intervención psicológica que se ajusten a las características psicopatológicas de cada uno de ellos, porque como afirma Soledad Cazorla, Fiscal de la Sala de Violencia sobre la Mujer, «la rehabilitación es la mejor forma de proteger a la víctima».
Con relación a la segunda cuestión planteada, parece claro que las humillaciones, insultos, desprecios y desvalorizaciones constantes generan, en las mujeres sometidas a este tipo de violencia, sentimientos de culpa, miedo, vergüenza, confusión que, junto a la falta de control y el aislamiento social, las hacen vulnerables a experimentar alteraciones psicológicas, especialmente, a sufrir depresión y trastornos de estrés postraumático, con la consiguiente disminución de la autoestima y el aumento de la dependencia psicológica.
En el caso de la depresión, los datos indican que, más allá de la posible discrepancia relacionada con los criterios de evaluación, la tasa de prevalencia de este trastorno psicológico en las mujeres sometidas a situaciones de maltrato oscila entre 50-80% y donde la gravedad de los síntomas viene determinada por la mayor o menor frecuencia, severidad y duración del maltrato, el apoyo social y el tiempo transcurrido desde el último episodio de violencia, así como de la presencia de otros tipos de experiencias estresantes asociadas a la situación de maltrato, que a veces son poco valoradas, como es la violencia sobre los hijos, la pérdida del trabajo, la conducta de acoso por parte de su ex-pareja, los problemas legales relacionados con la separación y custodia de los hijos, las dificultades económicas, etc.
En cuanto al estrés postraumático, las investigaciones más recientes señalan que su incidencia en mujeres con experiencia de victimización crónica (una media de 10 años) que no viven en casas de acogidas y acuden a programas de tratamiento especializado es del 50%, un porcentaje que es muy superior a la tasa de prevalencia en la población general (13% en las mujeres y el 6,2% en hombres) según los criterios del DSM-IV-TR (APA, 2000), y donde de nuevo la gravedad de los síntomas está en función de la intensidad de los malos tratos.
Esta caracterización de los trastornos emocionales de las víctimas de maltrato es importante en la medida en que no sólo permite diseñar programas de intervención terapéutica específicos que favorecen la recuperación psicológica de las mujeres sometidas a este tipo de violencia, sino que también facilita la capacidad para enfrentarse a la situación de maltrato (favoreciendo su denuncia y evitando la retirada de las denuncias o la retractación del testimonio) y reduce el porcentaje de abandonos y rechazo del tratamiento, no podemos olvidar que a pesar de haberse producido una mayor sensibilización social hacía este tipo de violencia, sólo el 30% de mujeres maltratadas denuncian su situación y un elevado porcentaje de mujeres jóvenes (menores de 30 años) no acuden a los programas de asistencia psicológica especializada o lo abandonan de manera prematura.
Sin obviar que la violencia de género es un fenómeno complejo en el que intervienen numerosas variables de distinta naturaleza (jurídica, social, educativa, etc.), parece claro que el estudio de los aspectos psicológicos asociados a la violencia contra la mujer debe constituir un área prioritaria, porque en la medida en que tengamos más información del papel que desempeñan las variables de personalidad en las respuestas psicológicas de las mujeres que sufren este tipo de violencia, más efectiva será la intervención psicoterapéutica necesaria para «reconstruir desde la ruina emocional a la que le conduce» el maltrato psicológico.
Extraído de http://www.ideal.es/granada/20080622/opinion/reconstruyendo-desde-ruinas-20080622.html
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